domingo, mayo 01, 2016
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por Zortzigarrentzale

Recordamos los famosos “puntos”. Constituían un refuerzo a las percepciones por sueldo. En toda empresa había que dedicar un porcentaje del montante de los sueldos a la ayuda por familia. A cada trabajador se le asignaban unos puntos de acuerdo con la familia que dependía de él. Tantos por esposa, otros más por cada hijo, que iban aumentando según crecía el número de hijos.

Se calculaba el total de los “puntos” de todos los trabajadores. La cantidad mencionada más arriba se dividía por el total de los “puntos”. El resultado era lo que correspondía a cada “punto”. Era normal oír de boca de los interesados, “el punto está a tantas pesetas”. Cada trabajador veía incrementadas sus percepciones en función de los “puntos” que le correspondían.

Los puntos, en realidad, eran para la esposa. Se dio algún caso en que la cantidad no la percibía el trabajador sino ella directamente. Eso en el caso de que estuviera íntegramente dedicada a las tareas de hogar. Si trabajaba y percibía remuneración, perdía el derecho a los “puntos”.

Cuando se implantaron, escuchamos muchas protestas. Alegaban que lo mismo valía el trabajo de un soltero que el de un padre de familia numerosa. Considerando el trabajo como mercancía  tenían razón. Era la expresión de la mentalidad liberal. Pero el trabajo es algo más que una aportación al producto final. Algo más que una mercancía. Es el medio por el que el trabajador obtiene recursos para mantener a su familia. Porque el hombre común, además de trabajador, es padre de familia. Es necesario que haya familias. Si no, y ese es el caso actual, los pueblos caminan a su extinción.

Se enfrentan dos concepciones. En la liberal es el individuo lo que cuenta. En la cristiana es la sociedad, sin la cual no existiría el individuo. El Estado resultante de la Victoria, profesaba esta segunda concepción.

Pero el liberalismo, que había informando la vida pública española durante un largo siglo, seguía influyendo en las personas. En las empresas de pocos trabajadores era normal que los padres de familias numerosas fuesen criticados por algunos de sus compañeros porque “hacían bajar el valor del punto”, “porque se llevaban el dinero de los demás”. En ocasiones, se produjeron protestas cuando se admitía en la empresa a un padre de familia numerosa. Aunque parezca algo absurdo por contrario a la solidaridad de la clase trabajadora. Conocemos casos.

Y es que no basta con que los gobiernos promulguen leyes justas. Es indispensable que los ciudadanos, con su conducta solidaria, secunden las buenas intenciones del legislador. Confiar la regeneración de la sociedad a la acción exclusiva de quienes ejercen el poder es un error. Y nos veremos defraudados si ponemos toda nuestra esperanza en ella,

Todos los españoles, que lamentamos la situación caótica a que nos ha llevado el liberalismo imperante, debemos tener presente la experiencia que nos proporcionan aquellos hechos. Unir a la acción política la social de convencer a nuestros compatriotas de la necesidad de cambiar la mentalidad liberal, egoísta e insolidaria, por la cristiana que busca la justicia en el conjunto de la comunidad. Que conjuga el interés de la persona con la necesaria generosidad de atender las necesidades del prójimo. Que esa era la mentalidad que ha imperado en amplias capas de la sociedad hasta fechas bien recientes. La democracia que nos domina y atonta la ha hecho desaparecer.

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