domingo, mayo 01, 2016
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Valentín de Zubiaurre

por Carlos Ibáñez Quintana

“Auzolan” se trata de una palabra vasca que designa los trabajos que realizan los vecinos de un barrio en beneficio de la comunidad sin percibir salario por ello. En la provincia de Álava se denominan trabajos “de adra”. El diccionario recoge la palabra “adra” definiéndola como “prestación personal”.

La denominación vasca es la unión de dos términos: “auzo”, barrio, aldea y “lan”, trabajo. Es más expresiva que la castellana equivalente. Pues contiene el sentido comunitario de la labor.

En mi pueblo he conocido en mi niñez un trabajo de ese género. Mi pueblo, Orduña, tenía derechos a los pastos de la Sierra Salvada, en el Valle de Losa, provincia de Burgos. En la citada Sierra, por su formación caliza, hay muchas cuevas, había que cerrar sus entradas para que por ellas no se precipitase el ganado, amén de muchos tramos del borde de la sierra propicios a que se despeñasen.

Todos lo años, el último domingo de mayo, de cada familia poseedora de ganado acudía, a la plaza, un miembro dotado con una herramienta de trabajo: pico, pala, azada, etc. Además, ocioso es hacerlo constar, de las viandas para la comida del mediodía. Ascendían a la sierra. Eran además portadores de una provisión de vino que pagaba el ayuntamiento. Los participantes se reunían en el portillo que da acceso a la meseta. Allí se distribuían en equipos de trabajo. A cada equipo le correspondía una cantidad de vino, de acuerdo con el número de sus componentes y de la herramienta que cada uno portaba. Quien llevaba un pico tenía derecho a más cantidad que quien llevaba una pala.

Cada equipo se dirigía a una zona determinada. A lo largo de la jornada iban “tapando cuevas”. Es decir eliminando los peligros para el ganado que pastaría en aquellos parajes durante el inmediato verano. Próxima la puesta del sol, daban por terminados los trabajos y descendían a la ciudad. En un paraje de las afueras, tomaban un descanso y comentaban las incidencias mientras consumían el vino que había sobrado del reparto inicial. Luego, en compacto grupo, se dirigían a la plaza, donde se disolvía el grupo. A veces la cantidad de vino ingerido en el descanso vespertino daba lugar a escenas cómicas.

También en aquellos tiempos, sin la regularidad y precisión del trabajo que hemos reseñado, los que cultivaban las tierras de un paraje determinado se ponían de acuerdo para arreglar los caminos y limpiar los arroyos. Aprovechaban para ello los días de otoño o invierno en que el campo no exigía los trabajos de la estación.

Hoy eso ha desaparecido. En la segunda mitad del pasado siglo, se instalaron varias fábricas en la localidad y los hijos de los labradores prefirieron trabajar en ellas a las duras labores del campo.

Lo trabajos reseñados eran exponente de un espíritu cooperativo que el individualismo, fomentado por las doctrinas liberales ha hecho desaparecer. Ninguna ley ni ordenanza escrita determinaban aquellas obligaciones que cada familia cumplía puntualmente. Era la Tradición que se imponía y respetaba. Hoy eso ha desaparecido, por desgracia. No solo porque han cambiado las formas de vida. También porque se ha perdido ese espíritu de solidaridad. A pesar que se usa la palabra “solidaridad” más que nunca. La peste del liberalismo, que desprecia la costumbre y solo valora la ley, ha dado lugar a que las gentes se desentiendan de todo aquello que no esté legislado. Consecuencia de ello es la “metástasis” de leyes emanadas de un estado que se inmiscuye en todos los aspectos de la vida diaria.

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