por Miguel Ángel Bernáldez
Por soberbia, por despecho, por ignorancia, no sé
exactamente por qué, pero están retando continuamente a Dios, fotografían un
crucifijo sumergido en orina, se escribe la palabra “pederastia” con formas
supuestamente consagradas, se muestra en un vídeo cómo cocinar un Cristo, y un
sinnúmero de sacrilegios más. Creen que no pasará nada, piensan en su
arrogancia que consiguen un poco de fama a cambio de nada y que retar a Dios no
tiene consecuencias. Pues, se equivocan, Dios recoge siempre el guante, eso sí,
a su debido tiempo, porque los tiempos de Dios no son los de los hombres.
No hace tanto tiempo vivió en Sevilla un hombre que, de niño
y de muchacho, había sido un piadoso cristiano y gran devoto de la imagen de
Jesús del Gran Poder. Se trata de una talla en madera policromada de Jesús con
la Cruz a cuestas camino del Calvario, una de las obras destacadas de la
imaginería barroca en España y que goza de gran devoción en la ciudad.
Este hombre vivía una vida sencilla y feliz en un moderno
barrio en las entonces afueras de Sevilla, donde junto a su casa tenía un
taller de reparaciones hasta que un día, se cruzó en su existencia una negra
sombra que lo puso al borde del precipicio de la fe: Los médicos diagnosticaron
una grave enfermedad en su hijo, pero el hombre no dejó de visitar a Jesús del
Gran Poder pidiéndole que le devolviera la salud del niño. Sin embargó, el
pequeño no superó la enfermedad y el pobre muchacho murió. En un ataque de
rabia se dirigió, de luto, a la iglesia y se encaró con el Señor del Gran Poder
y le retó diciéndole:
– “Que sepas
que no vendré más a verte porque no has querido salvar a mi hijo. Así que si
quieres verme, vas a tener que ir Tú a mi casa. “
Pasaron los años y ocurrió que el cardenal de Sevilla
organizó unas misiones populares por toda la ciudad y se decidió sacar las
imágenes de más devoción y llevarlas por la ciudad, sobre todo a los sitios por
los que no había ninguna cofradía. Fue por ello que la imagen del Señor del
Gran Poder salió aquel día de procesión y ocurrió que, aunque la mañana se
había presentado despejada, a la hora de la procesión, el cielo se fue
encapotando hasta terminar con un gran aguacero que hizo que los hermanos de la
cofradía del Gran Poder decidieran buscar un refugio para la imagen e impedir
así su deterioro. Y lo encontraron, se trataba del taller de nuestro protagonista,
allí se dirigieron a toda prisa y llamaron. Extrañado por la llamada fue,
acudió y preguntó:
- “¿Quién
es?”
- “El Señor
del Gran Poder”.
Perplejo, abrió la puerta del taller encontrándose delante
de él a Jesús del Gran Poder con su Cruz a cuestas. La emoción le hizo derrumbarse de rodillas
llorando ante los pies del Señor, quien, cumpliendo el desafío, había ido a su
casa a verle, mientras que le resonaba en su cabeza: “Vas a tener que ir Tú a
mi casa”, “Vas a tener que ir Tú a mi casa”…
Esta historia que aquí se cuenta y que parece una leyenda de
Becquer, no es un relato de tiempos remotos, ni el personaje alguien
legendario. Son hechos ocurridos en la segunda mitad del siglo XX, (1964), y la
persona de la que se habla es una persona que fue muy conocida en Sevilla,
tanto en ambientes cofrades como en el mundo del fútbol pues, se trata de Juan
Araujo, delantero centro del Sevilla hasta el año 1956. Se hizo famoso por ser
el delantero que metió el gol que le valió al Sevilla su único título de liga.
El barrio donde vivía es el de Nervión y el Cardenal que organizó aquellas
misiones populares fue Don José María Bueno Monreal. No es pues algo inventado
sino algo real y documentado y que nos enseña cómo a Dios no se le reta en
vano, pues siempre recoge el guante, a su debido tiempo, y ya dije que sus
tiempos no son los nuestros, pero lo recoge. Que lo sepan todos aquellos que
por el motivo que fuere se atreven a retar a Dios.
Juan Araujo fue a hacerle su última y definitiva visita a el
Señor del Gran Poder, el 4 de noviembre de 2002, es de esperar que esta vez en
compañía de su hijo.
Más dura será su caída.
ResponderEliminarLas anécdotas son las maneras de actuar de la Providencia, por medio de las circunstancias aparentemente normales. La fe nos da anteojos para ver entre los pucheros la mano de Dios. Para poder escuchar el testimonio de la verdad hay que ser de la verdad. Juan Araujo lo era, aunque le estirara de las orejas al Señor del Gran Poder cuando le pareció que la voluntad de Dios no coincidía con sus peticiones. ¡Cuántas veces nos pasa eso!
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