jueves, julio 30, 2015
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por Miguel Ángel Bernáldez

Viendo la situación de la España actual y del carlismo en el siglo XXI, a muchos se les viene el alma a los pies, cunde el desánimo y no son pocos los que terminan yéndose a casa para lamentarse y contagiar su desánimo a otros correligionarios.

Aparentemente tienen toda la razón, no merece la pena el esfuerzo, por mucho que se intente, no se ven sus frutos, somos muy pocos, en España, el liberalismo ha arraigado con fuerza y los españoles están mundanizados, se han olvidado de su Dios, de su Patria y de su Rey. ¿Qué se puede hacer? Nada, todo es inútil, porque esto ya no es España.

Pues bien, ante todo esto que aparentemente es razonable, hace falta hacer un alto en el camino, respirar hondo y decir como decían los madrileños aquel 2 de mayo de 1808: “A morir matando”. Queremos  decir con esto que, en el peor de los casos, el más pesimista de los pesimistas debe pensar que, aunque ya esté todo perdido, aunque solo quedemos unos pocos al borde de la extinción, hay que recordar: "Ch´un bel morir tutta una vita onora", como decía Petrarca. Si todo está perdido, si la Causa tiene que morir, que lo haga de forma honrosa, que muera luchando contra lo que siempre luchó. “A morir matando”.

Pero, es que ese es un pesimismo que no nos es permitido, siendo cristianos, porque por encima de nosotros, por encima de los poderes del Mundo, está la Divina Providencia. Así que no podemos tirar la toalla, hay que cumplir como buenos, que lo que venga será lo que Dios quiera.

Y si para algo sirve la Historia, es para aprender de ella, en concreto quiero recordar aquí a Francisco Pizarro. Cuando emprendió su aventura contaba ya, con cincuenta años y salió de Panamá rumbo al misterioso Perú con 180 hombres, y se disponía a conquistar un imperio de dimensiones descomunales, que tenía en su territorio una de las mayores cordilleras del mundo, cruzado por calzadas militares y sembrado de fortificaciones y poblado por millones de habitantes. Hammond Innes, novelista inglés, navegante y viajero, se pregunta: “¿Era acaso un loco o un exaltado para no darse cuenta de la imposibilidad de una empresa tan gigantesca?”. No, -habría que contestarle-, era simplemente un español del siglo XVI y además, para rizar el rizo, cuando quedaron en la Isla del Gallo, puerta de entrada al Perú, a la espera de que Almagro regresara con más provisiones, resultó que las provisiones no llegaron, sino una orden de regresar pues el nuevo gobernador de Panamá, consideraba aquella aventura como una insensatez. Y, ¿qué hizo Pizarro? Andrajoso, hambriento y agotado, sacó su espada, trazó una raya en el suelo, de este a oeste y dijo a los suyos: “Señores, aquí está Perú con su riqueza, allá Panamá con su miseria. Que cada cual elija según corresponde a un castellano denodado. Por mi parte, yo marcho al Sur” y con estas palabras atravesó la línea. Se hizo un silencio de muerte en el lugar, hasta que el piloto Ruiz, no vaciló y atravesó la línea y tras él, otro trece. Los trece de la fama. Trece hombres resueltos a conquistar un imperio y ¡lo consiguieron!

Los 13 de la Isla del Gallo, por Juan B. Lepiani

La determinación es algo que todos los hombres respetan, y en la historia, la persecución atrevida de un objetivo, se ve acompañado las más de las veces por el triunfo.

Como decía nuestra santa Teresa de Jesús: “Digo que importa mucho, y el todo, una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar al final, venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabajase lo que se trabajare, murmure quien murmurare...”

La determinación se define por valor, firmeza o resolución en la manera de actuar. Es sinónimo de decisión. Pero, para tener determinación “venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabajase lo que se trabajare, murmure quien murmurare...”, es necesario un desapego de todas las cosas del Mundo, uno de los tres enemigos del alma.

Con desapego, con determinación y con la confianza puesta en la Divina Providencia, es  como se consiguen las cosas. Humanamente hablando, el número es importante, y los medios también y si se tienen no hay que desaprovecharlos pero, si no se tienen, como le ocurría a Pizarro,  hay que tener determinada determinación de conseguir nuestro objetivo. Y es esta la determinación que hoy nos falta. Estamos demasiado apegados a las cosas del Mundo y nos hemos convertido en hombres menguados, no somos los del siglo XVI y así no podremos conseguir nuestros objetivos porque ni siquiera nos los planteamos.

Objetivo como el que en ese siglo XVI se plantearon los españoles y que es poco conocido:

Felipe II, ordenó al virrey de Nueva España, que enviase una expedición a explorar China desde Filipinas con el objetivo principal de obtener informaciones que suministrasen datos fiables sobre lo que se podrían encontrar futuras expediciones españolas de conquista. El designado como capitán fue Juan de la Isla, pero este viaje se frustró.

No obstante, en este sentido fueron varias las propuestas que los españoles remitieron al rey Felipe II. La primera y más descabellada fue la de Hernando Riquel, escribano real. En la propuesta que le enviaba al rey decía que la conquista podía llevarse a efecto con “menos de sesenta soldados españoles”. Esto demuestra dos cosas: Por un lado, el poco conocimiento que tenía de China y por otro, la exagerada confianza en las capacidades de los soldados españoles de la época. Pero su razonamiento seguramente fue del siguiente modo: si unos pocos españoles han conquistado Nueva España y otros pocos el Imperio de los Incas, por la misma razón otros pocos españoles podremos conquistar el Imperio Chino.



Felipe II, el rey prudente, no lo olvidemos, dio tiempo al tiempo para pensárselo mejor y durante este tiempo, le fueron llegando nuevas propuestas, todas más o menos del mismo tenor, aunque eso sí más detalladas. La mejor planteada y que estuvo a punto de alcanzar el éxito fue la que en 1586 se elaboró en Manila, en el que se calculaba que el número de soldados necesarios debía ser entre diez y doce mil soldados, contándose además con unos seis mil nativos filipinos, otros seis mil soldados japoneses y algunos esclavos que deberían mandar desde la India los portugueses, integrados por aquel entonces en la Monarquía Hispana.

La empresa no se llevó a efecto por la rota de la Gran Armada en el Canal de la Mancha, que dejó a España sin barcos, acontecimiento que hizo a Felipe II olvidarse definitivamente del proyecto.

Cuando Pizarro y los suyos se lanzaron a su loca aventura tenían determinación porque confiaban en Dios y en ellos mismos: Si Cortés había conquistado un imperio con poquísimos hombres ¿por qué no ellos? Tan hombres eran unos como los otros. Tan españoles unos como otros. Todo lo veían posible, aunque sabían que el sacrificio iba a ser muy grande. Cuando Felipe II y los españoles de Filipinas se plantearon la conquista de China el planteamiento era el mismo: una altísima autoestima propia y de España, (ser español ya significaba mucho, tanto para ellos, como para el mundo) y determinada determinación.

Determinación y autoestima. Una de las cosas que nos da mayor determinación además del desapego de las cosas del Mundo es la confianza. Confianza en Dios y confianza en nosotros. Es un círculo vicioso, no tenemos determinación porque no tenemos confianza y, no tenemos confianza porque, no tenemos determinación.

También en esto nos diferenciamos del los españoles de antaño. Y para recuperar la autoestima perdida que, además ayuda a ganar confianza en nuestras propias capacidades, no hay nada mejor que conocer nuestra propia historia, pero la auténtica, sin mixtificaciones, sin leyendas negras ni rosas, pues la mentira a nada bueno conduce.

Los carlistas del siglo XXI, herederos de los españoles que antaño construyeron un imperio para llevar el Evangelio por todo el mundo, debemos recuperar el optimismo, cargarnos de santa determinación y de una autoestima de nosotros mismos y de todo lo español. De esta manera podremos conseguir lo que nos propongamos. La historia no está escrita. La escribimos los hombres.

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