viernes, noviembre 22, 2013
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por Carlos Ibáñez Quintana
secretario de programa de la CTC

Regalada por uno de los autores, me ha llegado la obra “Raíces de Libertad”, recopilación de las sucintas biografías de 21 cargos políticos del PP, asesinados por ETA. Como autores figuran Antonio Merino Santamaría y Álvaro Chapa Imaz. El prólogo es de Mariano Rajoy. En realidad se trata de una recopilación. Cada biografía es un relato por parte de un próximo allegado a la víctima.
La obra es impresionante. Todo lo que se diga del sufrimiento de las víctimas y de sus familias es poco. Porque al asesinato, en muchas ocasiones, le precedían amenazas telefónicas y vacío social, sobre todo en los pueblos. Y de ese vacío social continuaba siendo víctima la familia del asesinado.
La lectura de la obra, nos hace ver la frivolidad con que por parte de muchos políticos se trata el tema. Es muy fácil decir que se comprende el sufrimiento de las víctimas y sus familiares. Pero el comportamiento de los que lo dicen pero luego se embarcan y apoyan “procesos de paz” demuestra que se trata de una mera fórmula. No podemos evitar que esos sentimientos que se manifiestan, nos parezcan carentes de base.
La lectura de la obra nos sugiere algo que tenemos que decir a la cúpula del Partido Popular.
Han sido conscientes de las duras condiciones, del peligro, en que han vivido los miembros de su partido que se prestaban a representarle. Los primeros asesinados ya eran prueba suficiente. Ello originó que en los pueblos nadie quisiera presentarse en una lista de las municipales. Ante esa situación el PP ha optado por confeccionar listas a base de personas ajenas al municipio en cuestión. Vecinos de las capitales o de las poblaciones mayores incluso procedentes de otras regiones. Con lo cual iban contra el principio elemental de que para tales cargos se deben presentar personas con arraigo en el pueblo, interesadas en su buen gobierno. Daban y dan la impresión de que para dicho partido lo importante era y es que la democracia, o la apariencia de la misma, funcionara. De que de cumpliera en trámite.
Mientras tanto, el peligro lo arrostraban los valientes que se prestaban a “dar la cara” con las consecuencias que en la obra en cuestión se relatan.
A nuestro modesto entender, el PP debería haber proclamado a todos los vientos que en esa región de España no había democracia. No era posible. Que las elecciones no se celebraban en las condiciones de libertad que la democracia exige.
Y negarse a participar en la farsa. El PP disponía de medios para que su denuncia llegara a las más altas instancias internacionales.
No lo hizo. La única interpretación que se nos ocurre es que era consciente que, de haberlo hecho, habría descalificado al régimen actual. Habría demostrado la farsa que encubre. Y eso no pueden hacerlo los fieles servidores del ídolo que es la democracia.
El sistema tiene que seguir funcionando. Aunque para ello hayan de morir los más inocentes. Los dioses falsos siempre han exigido víctimas humanas. Lo mismo en la tierra de Canaán que en la América que descubrieron los españoles.

Las veintiuna víctimas cuyas biografías se reseñan y alguna más han sido sacrificadas en el ara de ese falso dios que es la democracia. Y ofrendadas, consciente o inconscientemente, por la cúpula del PP. No encontramos otra explicación.      

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