lunes, julio 01, 2013
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Este es el dilema de tantas familias católicas, de tantos españoles conscientes y decentes: ¿qué será más patriótico y más cristiano? ¿defender la propia familia preservándola de la contaminación ambiental, para que se conserve al menos un “resto”? ¿o luchar a campo abierto por salvar lo que queda de España? ¿Será lícito replegarse en la trinchera familiar, en la catacumba de los más próximos? ¿Y no sería una traición abandonar el campo de la vida pública en manos de las ideologías anticristianas? ¿No queda incompleta la persona si bajo el amparo -o la excusa- de, por ejemplo, alguna confortable “burbuja” puramente religiosa se renuncia a la dimensión política y social de la vida?

El Carlismo se lleva ofreciendo desde hace 180 años como cauce para recoger y organizar a los españoles que nos hemos juramentado en la salvación de España, de toda o de parte de ella, de lo que se pueda, de lo que Dios quiera. Y en todo este tiempo hemos aprendido a poner en su sitio las cosas: la persona, la familia, la patria, la acción política... en esta contienda no sirven los “llaneros solitarios”, los superhéroes individuales... Hacen falta familias de verdad. De hecho el Carlismo no se entiende sin lazos familiares, sin esa admirable armonía intergeneracional de las familias carlistas que siempre ha caracterizado a este reducto de la España tradicional.

En defensa de la familia como Dios manda, permaneciendo en guardia frente a una legislación que apunta cada vez con mayor descaro a la destrucción de la célula básica de la sociedad, argumentos no nos faltan. Ojalá que esta humilde revista siga creciendo para que lleguen cada vez más lejos y a un mayor número de familias. Gracias por ello una vez más a todos los que la hacéis posible: colaboradores, suscriptores, benefactores. Gracias y adelante. 

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